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¿Pobreza del lenguaje: pobreza del espíritu? I Letras Al Margen I Gustavo Luis Carrera

En los celulares y redes sociales se abusa de las palabras vagas o palabras-autobús, que pueden significar todo, sin significar nada.

Gustavo Luis Carrera                     

       La capacidad de comunicarse amplia y detalladamente es un privilegio humano. La posibilidad de crear palabras para trasmitir dicha comunicación es exclusiva de un alto grado de desarrollo. La opción de poder escribir las palabras dichas es muestra de una alta  civilización; como la que fue evidenciada al lograr los griegos de la antigüedad la escritura, a partir de los fundamentos establecidos por los fenicios. Si hay algo evidente es que la capacidad de escribir eleva definitivamente la condición humana.

      LENGUAJE MÍNIMO. Estudiosos de la materia han determinado que muchas personas no van más allá de utilizar un vocabulario que si acaso llega a quinientas palabras. Ahora, si consideramos que un diccionario mediano de la lengua española contiene entre ochenta y cien mil palabras, podemos advertir la profunda carencia de una persona que con tan escaso vocabulario no sólo se desempeña en lo cotidiano, sino que, inclusive, puede llegar a desempeñar los más altos cargos públicos. Limitación que se evidencia cuando se les oye hablar en la radio o en la televisión. Sabemos que hay una natural tendencia a la economía en el uso del lenguaje; privan allí la comodidad y la rapidez. Pero, ya en el plano del conocimiento, así como en la capacidad de lectura, el lenguaje mínimo es el peor enemigo del desarrollo de la inteligencia.

      LA DEFORMACIÓN DEL LENGUAJE. El mundo se hace inteligible a través de las palabras. Por ello, un pobre vocabulario no puede reflejar, ni siquiera medianamente, el saber. Y en esta carencia ha influido poderosamente la tendencia a abreviar o a saltarse las palabras. Por, más, menos, igual, que, han sido sustituidos por una letra o un signo; satisfacción, alegría, decepción, se expresan a través del dibujo de una carita comunicativa. Palabras son cortadas a la mitad; otras omitidas por completo. Sin contar los descuidos de la ortografía. Todo lo cual se puede comprobar en los mensajes telefónicos habituales en la actualidad. Y va sucediendo algo semejante a lo ocurrido con el uso de las calculadoras. A cualquier estudiante se le pregunta cuánto es nueve por tres, y él recurre a la calculadora de bolsillo o a la que tiene en su celular; y uno piensa en lo que sucedería si el auxilio de este artefacto no está a mano, o tiene descargada la pila. Algo semejante acontece con la abreviación y la sustitución de las palabras por signos y por dibujos. Es tanto así como retroceder al nivel de las escrituras pictográficas o jeroglíficas.   

      EFECTO DE POBREZA DEL ESPÍRITU. Cuando el profesor Christophe Clavé  en su artículo «El déficit del coeficiente intelectual en la población» (2019), destacó que este coeficiente, que siempre había ido en aumento, comenzó a descender, en promedio, desde la década de 1990. Y él atribuye esta pérdida de nivel al pobre manejo del lenguaje: «Sin palabras para construir el razonamiento, el pensamiento complejo se hace imposible». Es decir, que la limitación del vocabulario del cual se dispone impide la conceptualización integral. Sus conclusiones son categóricas: «Cuanto más pobres es el lenguaje, más desaparece el pensamiento». A lo cual añade una consecuencia inevitable: «No sólo se reduce el vocabulario, sino también las sutilezas lingüísticas»; siendo un claro ejemplo al respecto la tendencia a eliminar los tiempos pasado y futuro, y situar todo en presente, por comodidad o por ignorancia. Al final de su texto, Clavé es rotundo en sus afirmaciones: «Si no hay pensamientos, no hay razonamiento crítico. Y no hay pensamiento sin palabras». Para cerrar advirtiendo que empobrecer el lenguaje es empobrecer la mente humana: «No hay belleza, sin el pensamiento de la belleza». Sin duda, la alarma encendida por el profesor Clavé está más que justificada. La perturbación del lenguaje es un tópico que ha preocupado al jurista y político Asdrúbal Aguiar, en artículo publicado en 2021; al mismo tiempo que daba a conocer un planteamiento semejante el licenciado en comunicación social y escritor Ramón Hernández.   Todo lo cual es particularmente visible en los mensajes a través de los teléfonos celulares y de las redes sociales. Nosotros agregaremos que se observa una tendencia a repetir las palabras porque se carece de sinónimos; así como se abusa de las palabras vagas o palabras-autobús, que pueden significar todo, sin significar nada, como cosa, asunto, cuestión, coroto, bicho, perol. De igual manera se tiende a reiterar el empleo sistemático de muletillas: es decir, o sea, suponte, mira, ¿oíste? En fin, la lista puede ser muy larga. Lo que importa es destacar el hecho básico: si dejamos empobrecer el lenguaje, por igual estamos decretando el empobrecimiento del espíritu.

VÁLVULA: «Así como el lenguaje desarrollado es característica privativa del ser humano, la escritura revela ya una civilización de alto nivel. Pero, esta privilegiada facultad puede ser entorpecida al máximo por la ausencia de un vocabulario adecuado, con tendencia a las repudiables repeticiones y a las abreviaturas abusivas. De hecho, lo que se advierte, con razón, es que la pobreza del lenguaje está en relación directa con la pobreza del pensamiento: se expresa lo que se piensa».

 glcarrerad@gmail.com

EL AUTOR es doctor en Letras y profesor titular jubilado de la Universidad Central de Venezuela, donde fue director y uno de los fundadores del Instituto de Investigaciones Literarias. Fue rector de la Universidad Nacional Abierta y desde 1998 es Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. Entre sus distinciones como narrador, ensayista y crítico literario se destacan los premios del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional (1963, 1968 y 1973); Premio Municipal de Prosa (1971) por La novela del petróleo en Venezuela; Premio Municipal de Narrativa (1978 y 1994) por Viaje inverso y Salomón, respectivamente; y Premio de Ensayo de la XI Bienal Literaria José Antonio Ramos Sucre (1995) por El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Nació en Cumaná, en 1933.

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